Si eres una persona ya empoderada, con alta autoestima y con capacidad de mantenerte en tu centro entonces este artículo no es para ti. Pero si sientes que eres el último gato, que nadie te tiene en cuenta, con la autoestima por los suelos y cambias de parecer según la voluntad de los demás entonces te animo a seguir leyendo.
En estas líneas voy a plasmar algunas reflexiones sobre la necesidad de la autoafirmación y de cómo ésta influye en en empoderamiento personal de cada un@ de nosotr@s.
Muchas personas que han pasado por consulta expresan que en sus vidas se han sentido como marionetas, manipuladas fácilmente, con pocos recursos para defender su postura, y acabando en situaciones poco agradables. El origen de estas conductas es diverso: una educación muy exigente que anula la voluntad del niño y éste se somete a la voluntad del progenitor; una censura de la agresividad innata del niño que aprende a reprimirla sintiendo que si la expresa no será adecuado y, aún más, querido por su progenitor; o una sobreprotección excesiva anticipándose el progenitor a las necesidades y voluntades de un niño que debe descubrir el mundo por sí mismo pero está atrapado en los brazos maternales.
Estos y otros orígenes pueden explicar un patrón de conducta posterior de sumisión, relacionado íntimamente con la capacidad de autoafirmación.
Según la RAE, “autoafirmación” significa “Seguridad en sí mismo, defensa de la propia personalidad”. En Google encontramos esta otra definición “Convencimiento que una persona tiene de sus propias capacidades, habilidades y virtudes”. Estas definiciones quieren acercarse a la realidad personal de cada uno y engloban una perspectiva de criterio propio y la atribuciones sobre uno mismo.
Para mí, la autoafirmación es la capacidad de sentir y expresar libre y adecuadamente aspectos de la personalidad que nos identifican, como las ideas y opiniones, las propias decisiones, las capacidades personales y las congruencias con la triada siento-pienso-hago.
En sí misma, la autoafirmación refleja la solidez y estabilidad de nuestra identidad, así como de la aceptación o no que de ella tenemos nosotr@s mism@s. Cuando la autoafirmación es alta nos sentimos más segur@s y confiad@s, podemos decidir fácilmente y asumir los posibles errores, o nos mostramos más fieles a nuestras habilidades. Con una autoafirmación baja somos más insegur@s y dubitativ@s, nos centramos en aparentar lo que no somos, o acabamos aceptando los argumentos de los demás porque sentimos que no somos capaces de defender los nuestros.
Que la autoafirmación esté más o menos afianzada va a depender de diversos factores presentes en edades tempranas relacionados con la crianza y los cuidadores:
Estos factores, fuertemente asociados a la autoestima, la autocompetencia y la autoeficacia, inciden proporcionalmente en la construcción de la identidad del individuo donde, a más represión ha experimentado, menos autoafirmación, autoestima, autocompetencia y autoeficacia.
Vamos a aclarar cuáles son:
Autoafirmación, de la cual ya sabemos más. Veamos los otros tres...
Autoestima: refleja la valoración que realiza la persona de sí misma partiendo del conocimiento que tiene acerca de sus características. Según Maslow, la autoestima es una necesidad básica, y variará en función de los éxitos y los fracasos y la percepción que la persona tenga de ellos. Así, las personas con baja autoestima tienen ideas confusas, variables e inseguras sobre sí mismas. ¿Te suena esto? Les cuesta emitir con certeza y firmeza sus opiniones y valores, es decir, una autoafirmación baja.
Autocompetencia: las personas necesitamos sentirnos competentes y actuar eficazmente en el entorno, en palabras de White. Lo que quiere decir que si no somos capaces de expresar nuestra identidad así como nuestras ideas, la percepción de competencia será baja. Más tarde, Deci y Ryan tomaban este concepto para incluirlo en sus “teoría de la autoderminación” y “teoría de la evaluación cognitiva” donde resaltan la importancia de que la persona decida su propia conducta.
Autoeficacia: confianza que la persona tiene en sus propias capacidades para llevar a cabo una tarea u objetivo. Bandura ya hablaba extensamente en su “teoría de la autoeficacia” sobre el papel de las expectativas que nos hacemos sobre nuestras habilidades y, cómo según sea la evaluación, nos esforzaremos más o menos. En el caso de las personas con baja autoafirmación encontramos que hay una baja autoeficacia: pensamientos más negativos, menor estabilidad emocional, menor persistencia y conductas de fracaso.
El cuerpo no es ajeno a estas situaciones y, en base a una disposición genética aunque también determinado por las experiencias, se adapta para protegerse de las amenazas externas así como para sostener las tensiones internas. La perspectiva bioenergética nos aporta luz sobre estos temas, también puedes leer el Blog de Bioenergética.
Estas personas tienen un cuerpo abatido, derrumbado, flojo, sin energía suficiente. Con fuertes tensiones en el cuello, la garganta y la nuca, que sirven como sogas asfixiantes. También en la mandíbula, boca y lengua, con tendencia al bruxismo y labios apretados, con las comisuras marcadas. Los hombros muy caídos, no se aprecía una “T” en la parte superior. La pelvis está bloqueada, retraída hacia atrás si la represión pudo estar en la agresividad y la sexualidad, y el culo apretado hacia adelante si fue castigada e incluso agredida físicamente. El movimiento es débil, sin fuerza ni expresión, son de estar más bien paradas, para no molestar. La voz es suave, baja, llegando a susurrar en algunos casos. Internamente existe mucha presión, en forma de tensiones.
Según Lowen y Pierrakos, bioenergéticamente estaríamos observando rasgos principalmente orales y masoquistas, pues son dos estructuras de carácter donde se pueden dar las situaciones descritas anteriormente. Aunque no tienen porqué estar presentes todos ellos, sí son comunes a personas con baja autoafirmación. Y estas personas describen conflictos y traumas en edades tempranas que corresponden a estas estructuras.
Estas personas son maleables, ceden fácilmente ante la propuesta del otro. Pueden sentir que son poco importantes o que sus ideas no tienen valor. En general suelen ser inseguras, con grandes dudas sobre sí mismas o los demás. Se guían según la normativa subjetiva (percepción que uno tiene de lo que los otros piensan que uno debe hacer), siguen las ideas de otros. Ante un conflicto pueden culpabilizarse a sí mismas, como si hubieran hecho algo mal. No suelen llevar la contraria, de hecho pueden sentirse mal consigo mismas por sólo pensarlo. Aunque pueden expresar alguna opinión, será desde una postura sigilosa, precavida, como una posibilidad remota. Internamente conviven con intensas emociones ambivalentes, con rabia, odio y resentimiento. Pueden tener conductas autodestructivas en casos más severos, como adicciones o autolesionarse.
Según Naranjo, estos son rasgos de eneatipos 1 o 6, aunque el que reúne gran parte de ellos es el eneatipo 9. Puedes leer más del Eneagrama en el blog de Antonio de la Torre.
Con todo lo expuesto anteriormente, ya puedes presuponer cómo se va a ver afectado el empoderamiento si la autoafirmación es baja. Sin embargo, paso a describirlo en estos puntos, en forma de pensamientos:
Así pues, ante estos pensamientos que pueden rondar la mente, cualquier impulso o movimiento hacia el poder es prácticamente nulo y, por tanto, el empoderamiento personal se ve relegado a un último plano, donde lo que soy, lo que pienso, lo que quiero y deseo no son aspectos ni importantes ni necesarios para mí.
Un sentimiento importante que aparece ante cualquier intento de salir de esta prisión y hacernos valer, ver y destacar es la culpa. La culpa es el mecanismo que frena cualquier impulso de autoafirmarnos, haciéndonos creer que estamos cometiendo un pecado o un crimen, que somos mal@s, egoístas, frí@s y desinteresad@s. Sin embargo, esta es una culpa que juega un doble papel: el reseñado en este párrafo y la función de perpetuar una conducta de sumisión.
Si atendemos a esta segunda parte y profundizamos en el origen de esta culpa, podemos ver que ha sido provocada precisamente por los factores educacionales y sociales aprendidos en nuestra edad temprana. Dicho de otra forma, nuestros progenitores, de manera inconsciente casi siempre y conscientemente algunas pocas veces, han fomentado una culpa reguladora basada en el miedo al rechazo/abandono y cimentada en la mencionada conducta de sumisión.
Pero ¿es tan importante el empoderamiento? ¿tanto me afecta no autoafirmarme? ¿qué más dará...?
Estas son preguntas típicas de alguien con poca autoestima, baja autocompetencia, menor autoeficacia y, por supuesto, casi ningún valor de autoafirmación. Así que mi respuesta es: ¡Sí! ¡Claro que importa y te afecta! ¿Cómo va a ser lo mismo vivir anulando tu voluntad y tus opiniones por temor al rechazo, que expresarte libremente porque confías en ti mism@ y tomar decisiones respetando tus necesidades y deseos?
Ahora que lo he dicho claramente, veamos cómo dar la vuelta a todo esto...
Como ya habrás descubierto por ti mism@, empoderamiento y autoafirmación van de la mano, ambos son importantes y necesarios (¡sí, de verdad!), y se pueden retroalimentar entre ellos aplicando estrategias y trucos en tu día a día, con tus relaciones interpersonales y, especialmente, con la relación contigo mism@.
Es verdad que vendría bien algo de ayuda externa, claro. Nuestros referentes, papá y mamá, podrían haberlo hecho mejor, es cierto. Pero llegados a este punto, podemos afrontar este objetivo desde nuestras propias capacidades, sin depender de nadie. No porque sea necesaria la independencia, si no porque es necesario el sentir que yo puedo, yo valgo, yo acierto, yo determino y yo influyo.
Quiero terminar esta reflexión con una directriz clara: si te ves reflejad@ en estas líneas, de una u otra manera, te animo a que inicies tu camino a reencontrarte con tu verdadero Ser. Te garantizo que vale, no la pena, vale la alegría de vivir.
SENTIDA
INTIMIDAD